Y, cuando nos queremos dar cuenta, mayo también ha volado entre semanas dedicadas a continuar con la lucha contra el virus que todavía rehúsa marcharse. Si bien es verdad que, al menos en España, la situación ha mejorado bastante, todavía queda mucho trabajo por hacer. Queda mucha conciencia por mantener, mucha empatía que cultivar y mucho que aprender como sociedad. Extrapolable al resto del planeta azotado, por supuesto. Nos resistimos a mejorar como personas.
Pero no he venido hoy a hablar sobre cierta falta de humanidad de los seres humanos (al menos, de ciertos sectores), aunque bien es verdad que esto se relaciona mucho con los mensajes que trato de dejar en el mundo de Calypso. Vengo, precisamente, a dejar unas cuantas pinceladas sobre el avance de este último.
Con la cuarta entrega de 13 Milímetros a punto de finalizar la fase de lectura beta, y tras publicar el pasado mes de diciembre la tercera edición de El presagio de Horus junto con su segunda parte, El presagio de Horus: Legado, ya he comenzado con la creación de la última entrega de la trilogía.
Tenía unas cuantas dudas con respecto a la trama, pues lo sucedido en Legado supone un antes y un después muy grande para ciertos personajes, así como para el Destino que, latente, aguarda. Sin embargo, hace unos días sucedió algo mágico...
Siempre he creído que las historias viven, están ahí, y las escritoras y escritores solo debemos rescatarlas y hacerlas visibles. Cuando la trama se presentó ante mí, supe que así debía encaminarse. No existía objeción posible. La historia habló, los personajes reclamaron lo que era suyo.
No sé cuánto tiempo tardaré en finalizar esta tercera parte, tan importante por todo lo que este mundo distópico significa para mí. De lo que estoy segura es que, a pesar de la pena que me va a dar, voy a disfrutar cerrando el ciclo que inició una vez Calypso, cuando apareció para recordarme que los sueños existen para seguirlos, que no se ha de abandonar la lucha por lo que queremos.
Nos vemos entre las páginas